82 EL RELATO NAVIDAD · 2025 —Pues no. 19 de abr i l de 1989. Ojo, de abr i l . —No puede ser. —Pues lo es. Lo pone, papá, 19 de abr i l . Y es que además yo no me creo que hubiera en el quirófano un árbol de Navidad. Es imposible, papá, imposible -remacha Lucía. —Pues… pues… -Marcos balbucea, ya duda de todo. La fami - l ia respeta el momento. Resul ta embarazoso. De nuevo el si lencio. Al f inal , Lucía toma la palabra. —Es normal , papá, son recuerdos de muy pequeño. No pasa nada si uno no se acuerda de las cosas con pelos y señales… A veces mezclamos. A todos nos pasa. Eso no es lo importante. Y Marcos asiente y se siente inseguro y hasta un tanto avergonzado y piensa que es muy posible que su abuelo no di jera Lola Flores y que a lo mejor aquel la tarde quien se había muerto era Concha Piquer, puede que fuera, sí, Concha Piquer; y puede ser también que no hubiera un árbol de Navidad con bolas azules junto a la mesa de operaciones en el hospital , y que todo fuera que la anestesia proyectó en su memoria los dos focos redondos de la luz del quirófano, ardientes sobre sus ojos justo antes de quedarse dormido, tal vez… Al final Marcos se decide a hablar. —Decía mi bisabuela que “ las cosas nunca son como fueron, s ino como las recordamos”… y yo cada vez que me como en Nav i dad un a l fa j or me acuerdo de Lo l a Fl ores , pero sobre todo me acuerdo de mi abuelo; y cada vez que veo un árbol con bolas azules me acuerdo del gol de Ancelott i , pero sobre todo me acuerdo de estar yo con mi padre en el hospi ta l v iendo juntos el par t ido y su brazo sobre mi hombro… —Y nosotros encantados de que te acuerdes de el los y de tenerte con nosotros y que nos lo cuentes, papá. Y Lucía le sonríe cariñosa y se levanta y se aproxima a su padre, que aun así, no las tiene todas consigo pues sigue preocupado por qué cosas recordarán y cómo las recordarán y a través de qué las recordarán sus hijos y sus nietos. Es en ese instante cuando Tomás se aúpa a la mesa, estira sus dedos y atrapa un al fajor. Lo aprieta con fuerza y se le deshace en su mano de apenas tres años y se le escurren todas las migas de camino a la boca, pero la de tiempo a sacar la lengua y chuparse la palma y saborear ávido el dulce apegotonado, extasiado en el azúcar, en el sésamo y en la canela, mientras sus ojos se posan en su madre y en su abuelo, que se abrazan, como padre e hi ja, eternos, en una imagen que el niño jamás olvidará y volverá a recordar cada vez que se coma un alfajor… —…preferiblemente en Navidad -suelta el yerno, y hasta Marcos se ríe a carcajadas. FIN
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