NAVIDAD 2025

78 EL RELATO NAVIDAD · 2025 tación, sin separarse de mí , y con el médico al lado repitiendo como un papagayo “está perfecto, perfecto”, y yo dando bocanadas como un pez fuera del agua porque tenía unos tapones en los agujeros de la nariz, prietos, más largos que mi dedo, que me iban desde fuera hasta casi la altura del entrecejo pero por dentro, y el doctor estaba con un aparato de esos redondo con un circul ito en el medio que l levaban en la frente los médicos de los tebeos y venga a mirarme y yo con un dolor de cabeza que me creía que me habían metido los tapones hasta el cerebro y debía estar poniendo una cara horrible, como cuando… —Al grano. —…pues que el médico, para hacerse el simpático, me di jo: “¿Y tú de qué equipo eres?” Y yo le di je: “Del Madrí”. “Hombre, sí señor, del Madrid, pues di le a tu padre que luego te ponga la tele que juega la el iminatoria de Copa de Europa contra el Mi lán…” Y mi padre no tenía monedas para echarle al cacharro que tenía la tele, muy pequeña, en una esquina del techo de la habitación, pero le dieron cambio en la cafetería y le echó dos monedas de 20 duros y me pusieron la tele y a mí me cambió la cara y me puse tan contento… Hasta que el cabrón de Ancelotti la enchufó desde fuera del área y Buyo que estaba adelantado se la comió… —¿Remontó el Madrid? -preguntaba el noviete. —¡Cál late, por Dios! ¿No sabes que perdió 5-0? - le cortaba def initivamente Lucía. —… el caso es que a la mañana siguiente vino el mismo doctor. “Está perfecto, perfecto” , seguía repi t iendo. Y entonces se volvió a poner en el ojo el cí rculo ese metál ico, sacó unas pinzas de las del tamaño de una barbacoa, agarró de una de las puntas de los tapones y comenzó a tirar. “¿Viste anoche el partido?”, me decía el médico por distraerme, mientras yo sentía que me arrancaban de nuevo la nariz. “¿Lo viste o no?” Y yo asentía. “Estate quieto”, me ordenaba y seguía tirando y seguía sal iendo el tapón. “Ah, que me di j iste que eras del Madrid”. Y seguía sal iendo el tapón que no se acababa nunca. Entonces, a medio sacar comenzó con el otro. “Vaya disgusto, ¿eh?” y con los dos tapones medio fuera me pasó los dos pulgares presionando por ambos lados del hueso y vi las estrel las y de nuevo “está perfecto, perfecto”. Y regresó a las pinzas y a seguir sacando los tapones. “Un desastre el Madrid”, me decía el médico y yo con un cabreo porque a mi Real Madrid “no me lo toca nadie” y en esas que def initivamente de un tirón sacó los dos tapones al tiempo que me decía “…y vaya golazo del Ancelotti ese” y por f in se l iberaron los dos orif icios nasales y por f in después de casi 48 horas sin poder respirar por la nariz hice una aspiración fortísima y sentí cómo el oxígeno me l legaba profundísimo, casi hasta el cerebro y noté el golpe de un olor intensísimo primero a l impio, luego a hospital , a medicina, a frío, casi hielo, que me dolía el aire que subía como un torrente por la nariz y vi de nuevo el color azul del quirófano y el árbol de Navidad con las bolas y pensé en el partido de fútbol , en la derrota y el médico me miraba expectante con el aparato ese en el ojo, y los tapones ki lométricos como dos trofeos amarrados con las pinzas y me preguntó: “¿Qué tal, eh, qué tal?” Y yo le contesté: —¡¡¡Que se vayan a la mierda Ancelotti y el Milán!!! -respondían a coro todos en la mesa y estal laban las carcajadas y seguía la Navidad. --O-- Hoy es un sábado cualquier de f inales de sept iembre. Ha pasado el tiempo. ¿Cuánto? Qué más da. Es el cumpleaños de Lucía, 27, que terminó casándose con el noviete de toda la vida y como siempre fueron rápido pues ya tienen un pequeño de tres años: Tomás. Están sus primos, poco más mayores, porque están todos los hermanos de Lucía, y las cuñadas, y está su madre y, claro, a su lado, con ya todos sentados a la mesa, está su padre, Marcos, con cara de contrariedad. No le está gustando el menú. No es que la comida no esté buena, es que no le parecen los platos más apropiados, pero se cal la e intenta sonreír, aunque no le sale. Ahora bien, l lega el café y se desatan las hosti l idades. El detonante es lo que Marcos l lama “urbanidad”. —¿Pero qué es esto de todo el mundo levantado de la mesa? ¿Es que acaso la comida ha terminado? ¿Aquí no se respetan las normas de urbanidad? -lamenta Marcos mientras los niños corretean, la gente traj ina en la cocina y se ha quedado en la mesa solo con su yerno.

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