77 EL RELATO NAVIDAD · 2025 --O-- Años más tarde, una vez que la Faraona se transformó de ídolo en mito y rozó los altares como icono cuasi mariano, Marcos siempre regresaba a aquella tarde de diciembre. Cuando retumbaba el “si me queréis, irse” se acordaba de su abuelo; cuando se escuchaba lo de “cuando me muera a lo mejor pido que en la caja me la metan… la bata de cola” se le aparecía la cazadora verde; y cuando repetían en bucle su torbellino y el posterior “se me ha caído un pendiente… ustedes me lo van a devolver, mi trabajito me costó” se acordaba del alfajor. Eso sí, cuando cada Navidad se comía un alfajor, todo aquel sabor le devolvía vívida la suavidad de la cazadora verde, los ojos humedecidos de su abuelo, Lola Flores en la caja con su bata de cola y aquel mes de diciembre. —A mí jamás se me va a olvidar el día que murió Lola Flores -repetía Marcos cada Nochebuena y despanzurraba su sabelotodismo entre las migas que caían sobre la mesa. —Ni tampoco el gol de Ancelotti -le azuzaban algunos de sus sobrinos en tono provocador con la vista puesta en las luces del árbol, sin saber qué les hacía más gracia, si lo que contaba o cómo lo contaba. —¿Os he hablado alguna vez de que en aquel quirófano había un abeto repleto de bolas y espumi l lones azules? —Doscientes veces -repetía su mujer. —Cal la mamá. Deja que lo cuente -le reprochaban todos en la mesa. —¿Cómo iba a haber un abeto en un quirófano? -preguntaba extrañado el noviete de su hi ja Lucía… …y Marcos se arrancaba de nuevo con la misma historia, no sin preguntarse desde cuándo a los novios l isti l los de 15 años se les invitaba a las cenas de Nochebuena. —No sé si os he contado que cuando tenía trece años me rompieron la nariz en el patio del colegio jugando al fútbol porque… —Yo creo que te puedes ahorrar esa parte, ¿no? -le cortaba su mujer. —Bueno, el caso es que me operaron en la Cl ínica San Rafael . Yo iba con mi pi jama de casa… —¿Seguro? -soltaba el noviete. —¡Cal la! -le ordenaban los hi jos. —…y subí al quirófano en un ascensor acompañado de un celador vestido de blanco. . . —Si iba de blanco sería una enfermera -interrumpía de nuevo el noviete. —¿Te quieres cal lar? -le soltaba Lucía cortante, y el chaval se mordía la lengua. —…y al abrirse las puertas apareció un pasi l lo todo forrado de azulejos y a un lado una si l la negra, con un agujero en el escay, por el que se escapaba una espuma de un amarillo como podrido… —¿Pero nos estás contando una historia o estás escribiendo una novela? ¿Quieres abreviar? -le reprochaba su mujer. —Ay mamá, qué pesada. Cal la ya, jobar -le cortaban los hi jos. —Pero vamos a ver, ¿lo cuento o no lo cuento? -se ofuscaba Marcos. —Queeee sí… -respondían todos en la mesa a coro. —Pues eso, que estaba al l í sentado en aquel lo que era como un baño enorme y ya me l lamaron y me tumbaron y reparé en las luces azules y en las bolas y en el árbol de Navidad que tenían en un rincón… —Al grano. —… y cuando comencé a despertarme, yo solo gr i taba en sueños “¿dónde está mi padre? ¿Y mi padre? ¿Dónde está mi padre?” y ya me espabi lé y al l í estaba mi padre en la habi-
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