NAVIDAD 2022

87 NAVIDAD 2022 EL RELATO feliz coincidencia porque todos pensaron que era una dejada ya que me aparté para que nome arrollara y él pisó la bola en carrera y ya no hubo absolutamente nadie quien lo parara. No sé si en esos instantes pensó en el tiro anterior al larguero, pero esta vez se fue a por todas contra el portero que, abierto de piernas y manos, se dejó vencer a la izquierda mientras el chico dribló a la derecha, algo escorado, para empalarla y tras un nuevo y angustioso rebote en el palo estrellar la bola en las mallas. Gritó el chico gol sin perder un ápice de velocidad en su carrera y con la inercia se fue contra la valla, mientras se topaba con otra boca con la misma pasión en la garganta. Era el padre, su padre, él único que pudo frenarlo en un choque de éxtasis y emoción culminado por un inmenso, te lo juro, inmenso abrazo. Llegamos todos por detrás, saltamos encima de ellos, rodamos por el suelo entre gritos, palmotazos, pechadas, mordidas y escupitajos, locos, enfervorecidos, y poco a poco nos fuimos deshaciendo hasta que se disolvió la piña y en su corazón padre e hijo seguían eternos, abrazados. —Árbitro, están perdiendo tiempo -gritó en el silencio emocionado el insoportable del bombo. —Cállese, coño, que es su padre -me revolví contra la grada. —Ocho, vaya boquita. Amarilla por desconsideración y por dirigirte a la grada -me dijo el colegiado. —Soy el seis -le repliqué desafiante, convencido de que si hubiera sido el calvo de siempre me habría terminado por sacar la roja. Hubiera dado igual. Ganamos. Y de nuevo el padre le esperó en la puerta del vestuario con los brazos abiertos y de nuevo el chico se contuvo y le chocó cómplice la mano y de nuevo nos volvimos los de siempre para el barrio en el coche del padre y, como siempre, fuimos todos callados, todos menos el padre, que en cada semáforo golpeaba el volante entre contenido y exultante y mascullaba: “Joder, qué bien, qué bien”. Y el chico callaba, pero se sonreía. Juraría que jugó en el Alburaca hasta los 25, seguro, porque yo tenía 25 cuandome fui a Boston. Fuimosmuy amigos. ¿De veras que no te acuerdas de él? Si estuvo en cien cumpleaños. ¿Ni siquiera del padre? Recuerdo aquel último partido. Seguro que fue el último. Cómo lloraban los dos, sentados en la banqueta, cuando ni siquiera había aún acabado. Yo creo que sabían que, después de tantísimos años, aquello terminaba. Nos jugábamos el descenso e íbamos perdiendo. La primera amarilla fue por protestar. La segunda por agarrar a un contrario cuando se iba solo. Adivina quién era el árbitro. Diez años y cuatro categorías más tarde nos seguía pitando el mismo calvo. El chico se marchó a la carrera sin mirar cómo le sacaban la roja ni poder contener la rabia. Su padre le esperaba con los brazos abiertos para llenarlo de consuelo y el sólo acertó a tirarle la camiseta a la cara. Aún así se sentó a su lado y allí se fueron deshaciendo juntos en lágrimas, a una prudente distancia, sin apenas mirarse, hasta que pitó el final el calvo. Y se acabó todo. Bueno, casi todo. Sabes que he vuelto a jugar al fútbol, ¿verdad? Sí, con cuarenta tacos. Nada haymás reconfortante que el espíritu de equipo a los 40 años. Sí, te lo reconozco, cada semana cae uno distinto en el combate. Desde esguinces a roturas fibrilares, pasando por meniscos, ligamentos y hasta narices, pero es más grande la ilusión de jugar como si fuéramos niños que el hastío de morirte en casa frente al televisor por evitar una lesión. ¿Y sabes con quién estoy jugando?Mejor dicho, ¿sabes quién me llamó para jugar con él? Pues sí, este mismo. Nos encontramos un día por la noche, en una cena de trabajo. Él está en una ingeniería. Me dijo que tenía un equipo de fútbol y le salió la misma mirada intensa, enrojecida y apasionada de siempre y me insistió en que les faltaba gente. “Pónmela fofa de nuevo”, me dijo con toda la intención en recuerdo de su célebre golazo. Y desde entonces se las pongo fofas, blandas, muertas, torcidas, desviadas, atravesadas, creo que bien no las pongo ya nunca pero no veas cómo reconfortan esos abrazos después de una victoria. Es una liga de esas de Fútbol 7, de gente de 35 para arriba, en la que cuando estás en el campo te crees que te sales de rápido y cuando te ves desde fuera constatas que con esta edad no puedes hacer otra cosa más que irte arrastrando. Todos los martes a las nueve de la noche allí nos juntamos, en el barrio de siempre, enun campo de césped artificial que construyeron en los antiguos terrenos de la parroquia y que ahoramismo no

RkJQdWJsaXNoZXIy NjQ1MTQ=